Del día que lloré a Lorca a través de Nuria Espert

Una ciudad, Madrid. Un teatro, La Abadía. Un monólogo, los romances de Romancero Gitano. Una actriz, Nuria Espert. Y Federico García Lorca revive en un viejo teatro del número 42 de la calle de Fernández de los Ríos en Madrid.

Es el quinto ejemplar de Romancero Gitano que adquiero. Lo agarro fuerte entre mis manos. Uno. Dos. Tres. Recorro los alrededores del teatro de La Abadía. La función acaba de terminar. “Es Patricia Fernández”. Una puerta de hierro. Un jardín cuyas flores son ahora las hojas ya marchitas del otoño. Otra puerta más. Un camerino. Una leyenda viva del teatro. Frente a mí. Nuria Espert. Las lágrimas se agolpan en mis ojos. La boca se me reseca. Malditas palabras que me han querido traicionar. Una mano cálida sobre mis brazos, aún temblorosos,“qué bonita eres”.

Así conocí a Nuria Espert, la mujer con la que comparto un gran amor, Federico García Lorca. Me deshago en mis propias emociones, quiero quedarme a vivir en este momento. En este preciso instante en el que miro a los ojos a la mujer que ha revivido a Lorca durante una hora en el viejo teatro de Fernández de los Ríos. “Trae, que te firmo el libro”. Nuria se retira a su camerino, la observo escribir, con Romancero Gitano (1928) sobre sus piernas y la tinta de un bolígrafo azul turquesa. Parecería que fuese la niña de ocho años que recitaba el Romance de la Luna.

Lo que rescata la dedicatoria es un secreto entre Nuria, Federico y yo. Porque, aquella noche, la función acababa de terminar.


Hace años, muchos años, que nos arrebataron a Federico García Lorca. Como si fuera mío, como si en algún momento le hubiese podido tocar, o sentir, o abrazar. Nunca pude. No me dejaron. La fatídica causalidad que me destinó a nacer cien años después. O la crueldad de quienes le asesinaron.

«Federico García Lorca es inagotable, es como un arcángel».

La grandeza del teatro se hace diminuta cuando Nuria Espert, vestida completamente de negro, casi como quien le guarda luto a aquel que se marchó demasiado pronto, aparece por una escalera del final del centro del escenario. Un halo de inquietud reviste la sala y el teatro estalla en aplausos. Yo dejo caer una lágrima. Todavía no ha empezado la función.

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Romance de la Luna (Romancero gitano)

Nuria Espert durante la representación de Romancero Gitano.
Nuria Espert durante la representación de Romancero Gitano. Fuente: teatro de La Abadía.

Nuria Espert conoció el Romance de la Luna cuando de pequeña, con ocho o nueve años, “recitaba este poema”. Su padre llegó un día a casa con un libro bajo el brazo, era Romancero Gitano, y le transcribió el Romance de la Luna. Ella dice que Lorca es “inagotable, como un arcángel”. Yo digo que, si algo me une a esta gran dama del teatro, es que deambulo por la vida enamorada de un poeta, de un hombre, al que nunca podré conocer. Pero a Lorca, dice Espert, que le debe “todas las puertas que se han ido abriendo, porque era él a quien querían”.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Romance de la Luna (Romancero gitano)

Mientras recita, Nuria Espert revive a Lorca. Lorca vuelve a la vida a través de Espert, si es que alguna vez ha estado muerto. Su mirada a veces pareciera que gritase el dolor del poeta, sus manos que rozasen la carne ya fría y descompuesta, su voz que respirase los últimos alientos de la boca que yace sobre la tierra. Esta noche Nuria me hace llorar a Lorca, mientras, en mi butaca de la cuarta fila, ignorante de los focos que me ocultan, buceo en la mirada de aquella gran mujer, a sabiendas de que compartimos un mismo amor.

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.

Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.

Romance sonámbulo (Romancero gitano).

Nuria Espert durante la representación de Romanceero Gitano.
Nuria Espert durante la representación de Romanceero Gitano. Fuente: Teatro de La Abadía

Nuria se levanta de la butaca donde pasa gran parte de la función sentada. Han pasado los años, la carne lo delata. Sin embargo, el brillo de la mirada, la elegancia del saber estar y la templanza de la voz no son víctimas del correr del tiempo. No en Nuria Espert. De vez en cuando consulta el “librito”, donde se encuentran los romances. ¿Tú también te emocionas cuando le lees? Pero no puedo preguntárselo. Lo desearía. Se marcha al otro lado del escenario. Suena un taconeo. Nuria recita, sigue recitando. Recita y Lorca vuelve, con cada verso, con cada gesto. Y yo me deshago a través de ella en mi sillón.

Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.


Cobre amarillo, su carne,
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.

Romance de la pena negra (Romancero gitano)

Federico Garcia Lorca junto a Margarita Xirgu
Margarita Xirgu junto a Federico García Lorca. Fuente: margaritaxirgu.es

Son las mujeres uno de los epicentros de la obra de García Lorca. Llámense en su imaginario poético Soledad Montoya, Bernarda Alba o Yerma, o una de sus fieles actrices, María Xirgu. “Yo la quiero, he aprendido de ella, de cómo la valentía puede cambiar el teatro de una época”, confiesa Espert sobre la intérprete. Aquella que protagonizó las primeras obras teatrales de Lorca, como Bodas de Sangre, y a la que nunca llegó a conocer. Pero pobre el alma que piensa en la necesidad de conocer al artista para enamorarse de él y de su obra. “Ella es lo que nos ha quedado de la Segunda República”. De La Barraca, de las mujeres del teatro de Federico García Lorca. Porque a ellas, o sobre nosotras, Federico escribía.

Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.

Romance sonámbulo (Romancero gitano).

Nuria deambula de un lado al otro del escenario. Se desgarra, se deshace, se deja ser a través de los versos de Federico. “Si a Lorca le hubiesen preguntado de qué trataba Romance Sonámbulo no hubiese sabido responder”. Yo, servidora, solía hablar de la sensualidad poética para referirme a la máxima por la que el autor nunca debe desvelarlo todo si quiere seducir a su lector. Pero Federico siempre va más allá. Nuria siempre le lleva más allá.

Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.

Romance sonámbulo (Romancero gitano).

Federico pasó a ser el centro poético de mis emociones”, Espert cuenta con palabras lo que sus ojos han estado delatando durante una hora en el escenario de La Abadía. Que hay veces en las que el autor llora por dentro hasta quedarse seco y que luego lo convierte en el arte con el que otros disfrutan. Esta vez, mis lágrimas, delataban las mismas que sentí que contenía Espert, aquellas que nunca pudo derramar Federico.

“Muchas gracias, gracias, gracias”.

Nuria Espert durante la representación de Romancero Gitano.
Nuria Espert durante la representación de Romancero Gitano. Fuente: teatro de La Abadia.

La obra acaba, Espert, con la mano en el corazón, vuelve hasta en cinco ocasiones al escenario. El aplauso no quiere cesar nunca, el público no la quiere dejar marchar nunca. Se rinde, ella también aplaude, se deshace. La semblanza de su rostro dibuja una sonrisa. Pero Nuria Espert no necesita arquear su boca para sonreír, ella lo hace con sus ojos, que, como los que un día brillaron en Federico, no solo sirven para llorar.

Publicado por Patricia Fernandez

Periodista, escritora y conferenciante. Fundadora de la ONG Avanza sin miedo.

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