Luto al ritmo de Earl Hines

Earl Hines entre suspiros. El frío corta. Visconti dibuja los rasgos de sus manos aterciopeladas. Le delata la armonía de su voz. Italia está lejos. Él está lejos. Yo soy solo los fantasmas de aquel agosto. De aquel verano gris.

Clava la mirada en mí. Ceniza. Mármol. Vacío. Me dejó seca. ¿Lo entiendes? ¿Qué te queda cuando te vacías? A quién te das. De quién te llenas. La libertad de la que hablaba Cortázar se nos ha escurrido entre los dedos de las manos. Los años caen como cien hojas muertas.

La pesadez de dos vidas sincrónicas que conocieron el amor demasiado pronto.  A trompicones.

No me quería levantar. Aquella mañana, yo te juro, no me podía levantar. El Ladrón de bicicletas tiene una sensibilidad especial. Va más allá. La crudeza de la vida después de perderlo todo. La esperanza de devolver lo que sabía perdido. Dos vueltas más al café. Es como el arte. Sí, eso, el arte. El pincel te da una perspectiva distinta de la vida. De la muerte. Del Amor. Como cuando sentiste que se desagarraba cada órgano, vital.

¿Le has vuelto a ver? No sé si mentir al par de pupilas palpitantes que se iluminan cuando hablas de fantasmas. No quiero ofender. No te resientas. Yo sigo siendo parte de la escenografía. Baja la luz. Súbeme a escena. Desnudez. Desnuda, aquella madrugada me sentí desnuda. Le había regalado mi futuro.

Dime, después de entregar el tiempo, dime tú ¿qué te queda?

Que te vas llena. Sí, eso, llena.

Arquea los labios. El marfil de las manos gélidas de dolor. Con estas mismas podrías provocar una catarsis. Pero qué digo. Están hechas para coser Amor. El escepticismo de dos vagabundos que se encariñan demasiado rápido. Fue idealización. Fue dibujarle con la pluma perfecta. Cada trazo. Cada vértice. A él lo había escrito yo. Yo le había hecho inmortal. Y ahora, mírame, salto de pieza en pieza. Voy de escena en escena. De actor en actor.

Y a mí me gusta llamarlo arte. Qué descortés. Otra cosa sería demasiado banal.

La tez que conoció el olvido lleva cosida la indiferencia de otra Alma.  Mis gritos en el vacío. Suena Chopin. Bajas la mirada. Pero no te hace vibrar. Y abandonas la partida. Es cuestión de estilo. De voz propia. Que al leerte marchar sepa entenderlo al primer instante. Mil pedazos punzantes. Cómo me quema la piel.

Sus sábanas se tiñen de luto.

Las mías de tus ojos de miel.

Yo sigo vagando sin puerto seguro. Tú amarraste donde te supieron querer. La tragicomedia de mi vida te divierte. A mí tu languidez me da pesar. Una mesa que se mide en kilómetros. Las manos que no hayan dónde acariciar. Soy áspera a tu recuerdo inerte.

Dime, a dónde vamos tú y yo a parar.

Pero no se entienden. Se hablan con los ojos. Se acarician con palabras. Que son solo fantasmas que se han venido a visitar. Que Italia queda demasiado lejos. Que las amapolas que dibujaron nunca las llagarán a saborear. Que no hay filme ni libro que las saque de su hastió.

Que el luto de dos corazones perdidos no se sana en un café al ritmo de Earl Hines.

Publicado por Patricia Fernandez

Periodista, escritora y conferenciante. Fundadora de la ONG Avanza sin miedo.

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