Creo firmemente que lo más egoísta que una persona puede hacer es guardarse su arte para sí misma cuando compartirlo puede generar una eclosión en almas ajenas.
Yo soy muy de letras, de fantasmas, de mi mundo, de escribir con metáforas lo que nunca me atrevo a decir. Como una estúpida niña cuyas bromas mal armadas solo revisten su timidez. Y a veces egoísta, cuando me lo guardo todo para mí,
solo mío y de nadie más.
Luego llega Federico que me habla de Granada y soy capaz de volverme hermética, a cortafuegos. Porque sí, a veces soy muy egoísta. Mas has provocado una eclosión en quien negaría estas palabras si fueran dichas.
Pero ni almas,
ni Federico,
ni eclosiones.
Nada, todo más banal, más sencillo. Y Madrid a veces es muy tú, y esta obra está hecha a tu medida, y aquel café te iba a encantar, porque escucha cómo suena que si tú estuvieras aquí nos pasábamos la noche hablando de la catarsis de tus películas y de la fantasía de mis libros.
Pero tú estás allí y yo aquí. Tú en Granada y yo en Madrid. Y a mí Madrid solo me hace querer escapar, porque la jaula de la gran ciudad no es tan maravillosa desde dentro.
No brilla tanto cuando sus calles rezuman la tristeza de una gente que no puede hablar.
Respirar al mendigo que acabamos de dejar pasar camino a Sol y de repente ser tú, ser yo, en esta gran ciudad. Entre las bambalinas de aquel teatro y el guion que te pide terminar.
Y en la idealización de lo que se va a quedar en unas simples y absurdas palabras, déjame decirte que dibujé aquel teatro con las yemas de tus dedos. Que me bebí aquel café sabiendo que algún día sería compartido. Y que el sueño de lo que nunca llegaremos a vivir se me ha terminado por quedar bastante grande.
Sin la avaricia de De Lacros ni sus amistades peligrosas, tú y yo no servimos si nos escapamos del arte. Somos el mismo vagabundo que te dije que, aquella noche, dejaríamos impasibles tras nosotros. Tú y yo fuera de mis páginas y al margen de tus guiones somos simples, llanos y vacíos.
Las alas rotas,
vestigio de los recuerdos.
Madrid de madrugada,
réquiem de nuestros sueños.
Tú y yo somos los tiempos y la cólera, aunque el amor se nos haya quedado pequeño. Pero, aunque a veces soy muy egoísta, ojalá supieras las veces al día en las que unos versos, un café o lugar, son tan tú que no soporto la idea de que ellos no tengan la gracia que tuve yo de conocerte.
Hoy me han flaqueado las fuerzas y mi desgano de hacer arte ha resuelto mi devoción hermética. De devoción, descarga y olvido. Y es que seremos letras,
y eso nos debería de haber bastado.