Tú eres más paciente que cualquier hombre y por eso yo, cansada del letargo mundano de la ciudad y abatida por los resquicios de vida tras el cristal, vuelvo a ti, desnuda, con los piel descalzos y buscando dónde descansar.
Porque solo en ti me dejo ser de madrugada. Rota y niña. Descamada y feliz.
Solo a través de ti vivo y muero en cada frase. Tildo con cada latido. Y me deshago en cada respiración.
Y contigo soy porque aquí me siento libre sin salir del cuarto. Mis alas se despliegan sin rozar el adoquín. Y en los cuatro versos de esta habitación crezco y me transformo.
Tú siempre me has esperado. Hermosa y paciente. Sin cuestionar. Sin juzgar. Con mi reflejo guardado en cada vértice y yo deseosa de poder reconocerme.
Y yo siempre volveré a ti. A tus pliegos. A tus desperfectos. Al mar de tu saber. Y a la boca de tu beso. Porque eres tú mi casa y mi hogar. Donde ser yo y sentir mi mar. Donde ellas se puedan sentir libres y yo puedo volar. Mi camino y mi final. Y solo aquí puedo sentir que, por fin, la niña volvió a casa.
Mis letras.
Un día de agosto, al final de otro ciclo vital.
He crecido, mamá.