Hay personas que, sin quererlo, son tormentas de verano.
Sorprenden cuando el calor, denso y sofocante, crispa los últimos resquicios de aire que agotan el paisaje.
Calman, empapan y desvelan. Y, cuando se marchan, dejan una estela que impregna cada poro del olfato, el cual, deleitado por el aroma que transpira la tierra, se siente en profunda comunión con el rocio.
Hay personas que son tormentas, de verano, porque llegan, sanan y dejan un legado en el que poder descansar.
A mi madre