Madrid, 12 de octubre de 2019
Claudica Gran Vía cuando la recorres

Gran Vía claudica cuando la recorres. De mirada lasciva, verbigracia, los cien transeúntes que te acechan sin pudor, la gracia de tus manías y el brillo de tu mirada eclipsan las penas al ritmo de un poema de Miguel d’Ors.
De Roma te vistes cuando cae la madrugada. Retas a un Madrid que se queda en los huesos, tiritando, rogando por Amor, que le susurres un verso al oído antes de que caiga la noche para salir el Sol.
Pero eres poesía y poeta. Melodía y artista. Luna y Sol. Cuando flagelas mi melancolía para arrancarme la muerte y su pena, sentencia Lorca (desde el Olimpo de los poetas): Muéranse las margaritas, ella es Primavera y color.
Niña de proezas filosóficas. Musa de Rubens y gracia de Van Gogh, en Venecia o en París serías adorada por quienes claman al cielo luctuoso los cabildeos de la pasión.
Luctuosas manos con las que siembras cantos de sirena. Las mismas que amansan, curan y sanan el patíbulo inocuo de la traición. Porque en ti se regocijan los fantasmas y se tiñe el techo de abyección.
Ídem de la claudicación de la Vía más grande de Madrid. Eclipsas sus luces cuando, sucinta, recitas unos versos de Claudio Rodríguez al ritmo de una risa profana y una timidez descabellada.
No llores niña, no llores musa, que eres poeta, artista y humana.
Eres la rosa, la ausencia y París.
Eres el manto de tus pinturas y las lágrimas de tus poemas. Y
si tú quisieras, niña poeta, tocar el Limbo y su pasión, tú sabes bien, niña
que sueña, que está hecho el paraíso de tu corte y patrón.