No sé que escribir.
No sé qué pensar.
Me siento huerfana de poesía.
Vago a pie de andén sin saber a dónde voy. ¿Cuál de todos me lleva a ti? Esta mañana el cielo había descendido, parsiomonioso, sobre la faz fugaz. Y en un sueño te has marchado. Aquellas nubes te vinieron a buscar.
¿Dónde estás?
Rozaré tus caricias en mis manos. Sentiré tus mejillas en mi boca. Y recordaré, minuciosa, el cristal de tu piel.
Vago en un tren sin destino. Y cada estación flagela mi alma por acercarme a tu cuerpo ya inerte. 8.20. Volaste tú y contigo un pedazo de mí.
Todavía te escucho respirar.
Para mirarla bien de frente. Para no flaquear ante su manto. Siento un dolor que punza mi pecho y deshace mi llanto en las lágrimas orgánicas de un corazón marchito.
Hoy no hay palabra que alivie ni abrazo que sostenga. Hoy el cielo bajó para recogerte y se silenciaron los poetas. Hoy el silencio es reposo. La mirada firme es respeto.
Ojalá poderte besar.
Y estas palabras brotan de un alma desconcertada. De un corazón que aún busca tu beso. De una niña que aún espera que al llegar esté su abuela.
Estas palabras brotan desde las raíces de mi memoria, allí donde nacen las rosas que sobreviven a los silencios de la poesía. Brotan para calmar. Brotan para recordar. Brotan para sanar.
La Luna ya no me guarda el secreto, ahora salva entre sus manos de parafina mi más querido tesoro. Ahora custodia lo que por justicia me ha sido arrebatado. Y yo que vago. Y yo que escribo. Huérfana de ti.
Este es el aliento del desconsuelo. Porque la carne es débil y ansía tu calor. Y aunque ahora vagas, ligera, entre los pasillos del recuerdo, quema no poder besarte como lo hacía yo.
Reina de los cielos. Mujer de mis amores. Ahora un hilo plateado de vida me une a ti . Vuela, abuela, vuela. Ahora la Luna te cuida por mí.
Te quiero