La fragilidad de la vida es la ilusión del limbo en el que descansan múltiples realidades de distintas formas, tamaños y olor.
Como la paranoia de la eterna juventud, la vida se dibuja como una dote cuasi idiosincrásica de los seres a los que amamos. Y es precisamente ese amor, primero a el yo desencarnado y después al proyectado, el que nos impide ver la fragilidad de una existencia capaz de desvanecerse en un instante.
Soy demasiado joven para entender que te estás yendo [ya lo has hecho]. Demasiado narcisista para darle un sentido vital a mi propia existencia [sin ti]. No quiero conocer [aún] el lado oscuro de La Luna, seguiré corriendo con los lobos.