Convertí los barrotes de oro en mi fiel fantasía.
Evanescencia. Conciencia. Plenitud.
Se deshacen los sueños bajo mis pies. El imaginario interior se dibujaba difuso. La realidad y la ficción se funden en un único escenario. Deambulo. Danzo.
Flagelo mis propias expectativas y rechazo inconsciente el Palacio que me acoge. ¿Acaso yo merezco tal dicha? No.
Lloro. Sangro. Danzo. Siempre danzo.
Calma y plenitud visten la desnudez. La consciencia del confinamiento obliga al cuerpo a reinventarse. A explorarse. A renacer. Dame los colores del cielo para pintarme el atardecer.
No queda nadie. La calle suspira desierta.
El amplio cielo, cúpula de una realidad inerte, se convierte de facto en la trivialidad del privilegio. La niña danza. La niña escribe. La niña llora. La tristeza es un privilegio. El Palacio es un privilegio.
Me refugio en mi fantasía de cristal. Amo los barrotes de oro que antes generaban la inapetencia de lo ya vivido. Abrazo cada rincón de este cuerpo que trasciende lo mundano. Conecto. Me fundo. Renazco.
Regresa la inocencia a mis manos. Se tornan aprendices. Curiosas. Incoherentes y dicharacheras. Quieren jugar. Probar. Bailar.
Se visten sempiternas las piernas. Se abren hasta el cielo. Rozan con las yemas de los dedos de los pies cada arruga de la Luna. Corren. Se estiran. Prolongan en su eternidad los deseos de la imaginación.
La boca se vuelve beso. Los ojos prenden hielo. La fantasía recorre cada poro de la piel. Cada rincón del vacío balcón. Danzo como si mañana no existiese. Ciertamente. La realidad es un ironía. Ayer es de otra época. De otras vidas.
Raciono el dolor.
Consciente de mis deseos rechazo cada atisbo de privilegio que me hace ser fuego y ceniza. Reo y redentor. La pesadilla tilda el verso. De la oscuridad nace el Sol. Soy mi fuego y mis cenizas. Donde nazco, muero. Donde muero, nazco yo.
¿Acaso no soy solo sueño? ¿No sin mis versos fruto de un don? ¿No me entrego en cuerpo como amante? ¿Y libro batallas sobre el renglón?
¿Querré dejar este espacio tiempo que me acoge sin redención? Quimera de mis sueños, acierto a decir que no. Y entre los barrotes de oro de este Palacio, llanto de tul, Luna y Sol, beso de cielo sobre el colchón, la Fantasía me hace de cuna, se calla el mundo y lo escribo yo.