El cielo lloraba, no era una metáfora mas bien una descripción objetiva de los hechos.
El mar embravecía, estaba sedienta, lacónica, vacía de poesía. Quería que las palabras fuesen brillantes, elocuentes, perspicaces. Brotaba apenas vanidad, banalidad. Mi reflejo se proyectaba en el objetivo, yo lo dirigía. Sobra de aquí, falta de allá. Hedonista empedernida zafándose de la Musa que baila baila baila al ritmo de Satanás. La mirada triste, luciérnaga que serpentea. En ese cuarto de calamera, que huele a azufre y amor, cristalizan mis llantos y mis penas, mi lujuria y mi dolor. Desoyo el despotismo, prepotencia juvenil, soy de retinas lascivas que detienen la estela por verme venir. Genera en mí la empatía, del beso y el frenesí. Beso la tierra donde yace su Alma, el mar me trae de vuelta la pena de carmín. Las olas brizan los versos, pendular Luna de plata. Hoy es mañana, mañana es de ella, el tiempo se yergue vertical sobre mí. Agonizante sístole empedernido se siente el Mar cuando respira sin ti. Yo lloro sangre, lloro latidos, quien te los regalase para que volvieses aquí. El nombre vulgar zafa el espanto, te has ido del todo, te has ido sin mí. Llanto en la Luna que brilla amarga, cordón de plata que me une a ti. Capciosa la estela que me desdibuja, me reta en disyuntiva, conmigo o sin ti. Y yo que socavo en letras mi llanto, y tú que no eres, no sientes, no estás. Dime Mujer, dime, a dónde te has ido, que el pescador me pregunta por ti. Se fue con el Alba en un barco de lino, cual Zeus a Atenea la fui a despedir. Especular amasijo de luces testigos, lloro en la arena, no te seguí. Y ahora escribo estos versos que sangran mi pena: vuela, mi Musa, vuela, ahora la Luna te cuida por mí.
3 de agosto de 2020.