SOLO AMAN LA LUNA CUANDO ESTÁ LLENA
Patricia Fernández 15 de noviembre de 2020 - Madrid
Pobres ilusos, díselo. Narcisos descorazonados que no saben amar. Pregúntales, a ver, a sabiendas de una respuesta fagocitada. No saben, no. No han de saber. Solo admiran la Luna cuando está llena. ¿Acaso es, en su plena concepción, el Amor?
Vacíate, quédate a oscuras, en silencio. Famélico. Sediento. Trémulo poeta de costuras raídas. Todo despojado de apostillas. Desnudo de imposturas. Acongojado, taciturno, en la esquina de la habitación. Privado de todo Midas y a sabiendas de dibujarte como un mendigo sabio. En ese instante perecedero ninguno ha de saberte ver. Mas comprende que, por humilde corazón y versos de soslayo, amo la Luna cuando ellos no la ven. Y, en este rincón mundano y remoto alejado de la banal orquesta, te me antojas soberbio, amante y tejedor de un cielo escindido en los deleites del placer.
Viene a ser la Luna el sujeto de mi pasión. Esa pasión no que se dibuja bajo los tintes románticos de un amor cosificado en forma y contenido, si no la que es un fuego interior que prende el espíritu de la fuerza suficiente para sobresalir, llegar más allá, mientras el resto se sienta a descansar. Y mientras escribo, yo, triste mortal instantánea a expensas de una Luna milenaria, me martirizo por mis contemporáneos que solo fingen amarla cuando ella está en todo su esplendor. Mas es esta una ilusión prófuga de un Sol que baila, a espaldas, un Vals vienés. Y la Luna nos deja atónitos con su espectáculo, con su elegancia, con su sencillez. La Luna es una dama de finas costuras y fuerte ímpetu, la dama por la que la calle entera cabecea. Pero el secreto de esta Luna, como la de este pobre corazón, es que su máximo esplendor se atisba tan solo en la trémula oscuridad. En la nebulosa la Luna se esconde, juega y se desdibuja. Solo en la desierta cúpula carbonizada la Luna baila en todo su esplendor, como en un teatro en el que el foco principal se cierne sobre la Musa, que es en sí misma Genio y Divinidad.
Así es mi Amor por la Luna, ajeno a costuras, a cánones, a infortunios caléndulos que me indiquen cuando amarla, cuando no. Yo la deseo cuando no brilla, cuando no se la ve, cuando no se la atisba. La admiro en su creciente y en su menguante. En su Gibosa y su Cuarto. La admiro cuando solloza los cabildeos del Sol y cuando se yergue, poderosa, sobre la faz de mortales que apenas conseguimos atisbar una guinda de su eterna, corpórea y sacra belleza. Por eso es sacrilegio amar la Luna llena, como si una solo se regocijase en las virtudes del amante. A tal que solo le desease en su vívido esplendor, en su júbilo y belleza externa e ignorase, a conciencia certera, que existe la Luz por su contrario. Y que su amante, llámese Charles, Sartre, García Lorca o se apellide Buendía existe por la suma exacta de sus fases .
Por eso yo que me ofrezco en mi conjunto, a tal satisfacción de no ser nunca precisa, de no estar nunca segura, de ser la inestabilidad que balancea el barco, léase la marea. Me ofrezco en la totalidad de mi ciclo y admiro a mi amante por la complejidad de sus formas, por la profundidad de su contenido. Al trémulo poeta de vivaces ojos tristes. Al Muso sacro de corpóreas pasiones. A las joviales carnes y las ancianas Almas que somos, como dos compañeros que recorren al Mundo sabiéndose solo comprendidos por los ojos que contienen su retrato.
Amar la Luna llena es un amor coartado, deleznable y banal. Líquido y fugaz. Vulgar y pasajero. De Story de Instagram. La masa, el vulgo, ama la Luna en su mayor esplendor por la misma razón por la que llenan sus insulsas vidas con pasatiempos que solo les hacen los olvidar lo vacíos que se sienten. Y en este sentido, mi Poeta y yo, amamos nuestras Sombras con una veneración propia de cómo Goethe amó a su querida concubina.