31 de enero de 2021 Patricia Fernández
“Los políticos se asustaron y la prensa se autocensuró. Deberían haber mostrado más, se habrían salvado muchas vidas”, afirma Hernán Zin desde las oficinas de su productora Doc Land en Madrid. Zin, escritor y ex reportero de guerra, estaba en Tarifa practicando kitesurf cuando, con las primeras noticias de la pandemia, volvió a la capital madrileña, agarró su cámara, llamó a su equipo y consiguió entrar en una UCI. Esta realidad la retrata en ‘2020’: un “documento histórico” de las entrañas del Covid-19 en Madrid. “Fue un tsunami a cámara lenta”. Este tsunami va por su tercera ola y casi 60.000 fallecidos, solo en España.
“Es un homenaje, una forma de hacer justicia a las víctimas”, explica Zin mientras se reacomoda en la silla. Sobre la pared descansan tres cuadros de sus últimos trabajos, ‘Nacido en Gaza’, ‘Nacido en Siria’ y ‘Morir para contar’, en los que humaniza el drama de los niños sirios, gazatíes y los traumas del reporterismo de guerra: “Yo me sitúo con la gente de a pie, con los perdedores de la historia. Siempre”. Para narrar este pulso que la humanidad libra consigo misma Zin dejó su Argentina natal con 22 años y se marchó a recorrer el mundo. Aquel joven quería “equilibrar la balanza, porque la vida es cuestión de código postal”, convertirse en escritor y ayudar. Está inmerso en su último documental y afirma que espera morirse «haciendo reportajes”, aunque lo que más le gusta es “escribir libros”. Para ello se levanta todos los días a las cinco de la mañana: “Tienes que vivir solo ese universo que estás creando. Es difícil y duro”.
Su último universo lo retrata en el libro ‘Querida guerra mía’ en el que refleja un mundo complejo, doloroso e irónico pero, sobre todo, humano. Para hablar de todo ello me cito con Hernán en las oficinas de Doc Land. El camino tiene un tanto de travesía, la nieve y el hielo hacen las calles intransitables. A las 12:30 encontramos a Zin en una reunión de equipo. Sale de la sala, se retira las gafas de pasta negra y sus ojos esbozan una sonrisa. El ritmo pausado de su voz se conjuga con la profundidad de su mirada. Y, con el objetivo de esbozar cómo es la mirada de Hernán Zin tras más de 20 años observando el mundo, comienza una entrevista marcada por la pulsión que le llevó a ver y retratar la última jugada de la humanidad: la pandemia de la Covid-19.

P – ¿Cuál fue el mecanismo que se activó para comenzar a rodar cuando todo el mundo se estaba encerrando en sus casas?
HZ – Es el mismo mecanismo de siempre, el de Siria o de Gaza. Es lo que llevo haciendo veinte años en las guerras, humanizar las cifras para que la gente entienda que detrás de esos mil muertos al día hay familias y personas. Es la forma de crear puentes, empatía y que la sociedad lo pueda asumir, digerir y reaccionar. Mi primera guerra fue en Camboya, cuando llegué estaba solo con mi cámara, había 20 personas de Reuters y pensé: “Yo no puedo competir con un periódico, pero con mi cámara puedo hablar con la gente, hacer amigos, empatizar, compartir su sufrimiento, escucharla y amplificar”. Entonces mi idea es algo muy pequeño en la profesión, humanizar las cifras.
P – Una de las primeras personas que aparecen en ‘2020’ es Julio Lumbreras, segundo paciente contagiado de Covid-19. A partir de aquí sigues a enfermeros, como Gabi Heras. ¿Por qué decides poner el foco precisamente en estas historias?
HZ – Conocí a Julio y me pareció como la película ‘Good Bye! Lenin’. Uno se despierta después de dos meses y el mundo ha cambiado. Es un juego con el espectador. Empezar desde un lugar más lúdico iba a hacer que la película fuera más citable. Julio fue el segundo paciente de España en entrar en una UCI, se despierta dos meses más tarde y todo el mundo ha cambiado. Entonces en realidad lo que cuento en ‘2020’ se lo estoy contando a él. Todo lo que vas viendo que ha pasado es lo que ha sucedido en los dos meses que él no ha visto. Tiene un metalenguaje, es un juego y es circular, cuando él sale (del hospital).
P – Al ponernos frente a Julio y otras historias en ‘2020’, ¿de qué forma esta narración hace justicia a las víctimas de la pandemia que no hemos podido conocer?
HZ – Ese es el objetivo fundamental, hacer justicia. ‘2020’ es un documento histórico de dos meses en los que solo en Madrid murieron 6.000 ancianos que se han ido por la puerta de atrás. Tú dejabas a tu padre o a tu abuelo en la puerta del hospital y te lo devolvían en una cajita en la Almudena. Me parecía muy importante hacer justicia a todas esas personas que son una generación que ha levantado España, que han trabajado muy duro y que han terminado en una residencia. No es justo que se mueran así, sin que nadie los despida. ‘2020’ tiene esa parte de luto colectivo. Me sorprendía mucho cuando volvía a casa después de 14 horas de rodaje y aparecían los políticos discutiendo. Yo decía: “Deberían empezar todos con un minuto de silencio”. Como no estaba la parte humana, porque no dejaban ver los hospitales, era más fácil para los políticos y para todos deshumanizar y no hacerse cargo del drama humano.
P – En ‘2020’ aparece este minuto de silencio, el espectador lo hace en la sala de cine. Pero, ¿lo hemos hecho como sociedad tras esta pérdida colectiva?
HZ – No se ha hecho el minuto de silencio, ni se ha hecho una digestión. Mi idea era que ‘2020’ ayude a hacerla. Quizás no es el momento. Yo no quería que la película saliera ahora, sino que saliera en marzo. Para mí había que dejar pasar un tiempo más, ahora estamos todos muy quemados con el tema y cuesta ponerse a verla. Creo que con el tiempo ganará. Es un documento histórico, no hay otro, nadie más pudo entrar y en ese sentido queda para la historia del modo en el que queda el ataque en Gaza en 2014 o el éxodo sirio de ‘Nacido en Siria’. Son documentos históricos desde la vista de abajo, del que lo ha perdido todo, nunca desde la vista del poder. Yo me sitúo con la gente de a pie, con los perdedores de la historia. Siempre.
P – Este documento histórico evidencia la constante sensación de que no llegamos a tiempo para salvar a nuestros ancianos. ¿Qué carencias emocionales nos deja como sociedad la respuesta que hemos dado y de qué manera nos retrata?
HZ – Por una parte vivimos en un sistema que es el mejor del mundo, Europa, con la sociedad del bienestar. Somos muy afortunados. Pero, por otra parte, a diferencia de otras sociedades, como América Latina, estamos muy fragmentados. Cada uno vive en su piso, en su casa, los ancianos mueren solos… Hay mucho individualismo y esta crisis retrata ese individualismo. 2020 nos deja muchas lecciones, dejar de correr y estar con la gente que queremos, sobre todo los ancianos; que podemos vivir sin consumir tanto y que hay que cuidar el planeta, porque se rebela. Hay que replantearse que somos una especie más y que no tenemos ningún derecho a hacer todas las barbaridades que hacemos.

P – En ‘2020’ llegas a realidades que no habían sido mediadas y muestras espacios y lugares que no habían sido visibles. ¿De qué modo crees que estas imágenes hubieran cambiado el paradigma actual de haber tenido cabida en los medios de comunicación? ¿Fueron suficientes?
HZ – Yo quería que la película saliera en junio y no conseguí que ninguna cadena lo programara. Yo decía: “Mostrémoslo ahora, porque va a ser como una campaña de la DGT en la que sale el niño por el cristal y uno se pone el cinturón”. Hubiera sido igual. Si este documental la primera lo hubiese programado en junio, la segunda ola habría sido mucho menor, porque hasta que no entras ahí no tomas conciencia de que este virus es tremendo. Hay que ver para evolucionar y como sociedad madura podemos ver.
P – ¿Paternalismo o censura informativa?
HZ – Sobre todo un paternalismo de parte del Gobierno y de las televisiones. Si es duro o no debe decidirlo la gente. Es la realidad del mundo. Si no la vemos, no la cambiamos. Que la gente prefiere ver la isla de los famosos o MasterChef me parece perfecto. Soy el primero que a veces estoy cansado y me pongo un audiolibro. Pero no podemos vivir siempre en la epidermis de la realidad, hay un nicho de gente que quiere saber y esa gente tiene un derecho. Ninguna cadena lo ha querido comprar.
P – Pero estamos en una democracia donde, además tú lo has comentado en varias ocasiones, el Artículo 20 de la Constitución reconoce la libertad de información.
HZ – Me has oído decirlo hasta la saciedad y es verdad. Me levantaba todos los días muy cabreado y mandaba a todo el mundo el artículo.
P – Entonces, ¿cómo podemos entender esta falta de información en el marco de una democracia si han faltado tantas imágenes?
HZ – Primero, que los políticos se asustaron. Muchos sabían que habían llegado tarde y tuvieron miedo, metieron la pata y no querían que se viera. Ni aquí ni en otros países como Estados Unidos, Inglaterra… Hablaba con todos los equipos y estaba cerrado en todos los lados, era muy complicado entrar. Yo porque soy muy cabezota y el primer día estaba con la cámara en la calle. Es mi derecho. Pero sí vi que las cadenas estaban muy recelosas, quizás tenga algo que ver que al principio de la crisis es Gobierno les dio 15 millones de euros de ayuda.
P – Si los políticos están asustados y los medios dejan de emitir imágenes, ¿dónde está la separación de poderes? No ha habido ninguna televisión con un poco de manga ancha…
HZ – No la han tenido. Yo hasta la cuarta semana no vi reporteros en la calle, estábamos solos con el equipo. Cuando puse la primera foto en Instagram la gente me escribió para preguntarme qué hacía fuera, pero yo estaba trabajando. Hay un doble rasero. Tú ves esa misma foto cuando estuve trabajando en 2011 en la hambruna en Somalia con el cólera, que hubo 100.000 muertos en un mes, la mayoría niños, y todo el mundo: “¡Ay! Qué bien”. Pero cuando es nosotros y nuestro dolor: “Bueno, hay que tener mucho respeto”. Pero es lo mismo, somos todo lo mismo, un niño en Somalia que un vecino de Carabanchel. Y mi trabajo es el mismo. Si quiere denunciar o mostrar algo yo estoy ahí para escuchar y amplificar. Pero no puede haber este doble rasero del derecho a la intimidad. Aquí ha habido una autocensura porque los políticos se asustaron, la prensa se autocensuró y deberían haber mostrado más. Se habrían salvado muchas vidas.
P – Hablando de políticos, presidentes europeos como Sánchez compararon la pandemia con una guerra. Has vivido ambas en primera línea, ¿hasta qué esta comparativa es acertada? ¿Es justa para las personas que actualmente están viviendo estas guerras como en Siria o en Gaza?
HZ – El lenguaje bélico no tiene ningún sentido. En una guerra sales y te cae una bomba, no tienes comida, ni agua. Tienes que dejarlo todo y huir. En una guerra te violan, te secuestran, te extorsionan. Es el reino de los psicópatas y los sociópatas. Aquí no fue así, teníamos todo y podíamos estar tranquilos cada uno en su casa. Fue una catástrofe humanitaria a cámara lenta. Un tsunami en cámara lenta. No tenía nada que ver con una guerra, ahí Sánchez para mí se equivocó con el símil.
P – Varios homólogos le siguieron con esta idea de la unidad y de que saldríamos mejores. Pero este lema, “saldremos mejores”, parece haber sido casi una ironía.
HZ – Ojalá salgamos mejores. La vida te da muchos golpes, como dice César Vallejo. En los golpes que te da la vida tú tiendes a mirar para otro lado, es un acto reflejo, evitar el dolor. Pero si lo miras de frente, como hace ‘2020’, ahí es cuando creces como persona y aprendes. Si lo miras de frente podemos salir mejores, pero si lo miras de costado no podemos salir mejor nunca. Hay una contradicción en el mensaje: te oculto lo que está pasando, pero quiero que salgas mejor como sociedad y como persona. Cuando, en realidad, lo que nos ayuda a ser mejor persona y mejor sociedad es mirar las cosas de frente y ver nuestros defectos.
P – Estas zonas, como Gaza y Siria, la pandemia ha ahondado en las tensiones humanitarias. Has trabajado en estos lugares, pero a la vez eres ciudadano de un país rico. ¿Cuál es el papel de los ciudadanos y políticos de países ricos respecto a aquellos que están en una situación de clara desventaja humanitaria?
HZ – Lo que tiene que generar todo esto en nosotros es una empatía hacia esa gente. Fuimos habitantes de Gaza durante dos meses, sin bombas. Debemos entender mucho mejor el sufrimiento de la gente. Esto ha hecho tambalearse el sistema, como en 2008. Nos generó un estado de constante vulnerabilidad y nos ha puesto al nivel del resto de la humanidad. Yo me fui a vivir a Calcuta con 22 años, donde hice mi primer libro y mi primer documental, vivía en un barrio de chabolas. La gente se moría en la puerta del hospital porque nadie les atendía. Tenemos unos privilegios que no cuidamos como sociedad y nos olvidamos de que somos el 5% de la humanidad que tiene ese privilegio. Ojalá esta crisis nos ayude a valorarlo, a ser mejores. Aunque suene súper cursi y político.
P – De tu último libro, ‘Querida Guerra Mía’, destaca que, como en tus reportajes, hay drama, trauma, guerras… Pero siempre hay un respiro a través del humor, que también aparece en momentos de ‘2020’. ¿De qué modo sirve el humor para ayudar a digerir la tragedia?
HZ – El humor es terapéutico. Cuando entras a la morgue del hospital Hospital Al-Shifa en Gaza y ves la pila de niños por quinta vez, o haces una broma de humor negro o te pegas un tiro. Eso es un poco lo que quise contar, muy atenuado, en ‘Querida Guerra Mía’. El sexo y el humor son cables a tierra. Estás viendo lo peor de la condición humana y es como una terapia. El sexo me ha costado más meterlo, pero el humor lo meto más. El sexo y el humor tienen esas dos variantes que hacen que puedas salir de una realidad tan dura.

P – Hernán, después de todo lo que has vivido. ¿Cómo es la mirada con la que te aproximas al mundo?
HZ – Mi concepto de mí mismo es el de un tío que se levanta, viene aquí y hace lo que puede. Entonces mi mirada al mundo tampoco es muy especial. Hay días que soy optimista, ahora ganó Biden, puede haber energía solar… Pero voy al puto supermercado, veo todos los plásticos y me entran unos cabreos…
P – Porque has llegado a ver los mares, la devastación…
HZ – Todo el tiempo.
P – Por esa razón, yo puedo saber que existe la contaminación plástica, veo las imágenes, las últimas noticias desde Vietnam… Me lo puedo imaginar. Pero tú puedes ir un paso más allá, porque has tenido acceso directo esa realidad.
HZ – Es verdad, desde que terminé la universidad en el 94 he visto cómo el planeta se ha destruido. Cuando yo fui a la India no había plástico, tampoco había Coca-Cola, ahora son todo montañas de plástico. Entonces sí que tengo esa mirada de alguien muy pesimista en cuanto al planeta y creo que no estamos reaccionando. Pero mi visión es optimista, creo que he conocido a gente más buena. El 90% de la gente es buena. Está ahí el 10% de psicópatas o sociópatas, que son los que salen cuando hay una guerra. Pero el resto es buena gente.