Patricia Fernández 28 de noviembre de 2021 - Madrid
“Necesitamos la narración para que la vida no sea un cuento de ruido y furia, como decía Shakespeare”, explica Carlos Bardem. Sobre la mesa del salón reposan un montón de libros. Martín Caparrós, Pedro Vallín, O. Paxton… Bardem se encaja en la literatura. Tras nosotros las baldosas de las estanterías retan a la gravedad con los cientos de libros que descansan sobre ellas. Lejos de las alfombras rojas, Bardem viste una camiseta azul oscura y sus gafas de pasta negra. “Carlos, ¿actor o director?”. Se acaricia la barbilla, fija la mirada en la vedada realidad de la ventana y afirma tajante: “Eso es más una cuestión para los demás, yo no tengo por qué definirme. Soy actor, escritor y guionista. Pero, en el fondo, son dos vertientes de una misma pasión, narrar y utilizar personajes para encarnar ideas e historias”.
Los personajes que interpreta en la ficción son con los que paga «las facturas«. En el devenir de los rodajes, hoteles y aeropuertos, Bardem crea a los que protagonizan sus novelas. “Al final la cualidad de los monstruos es avisarte sobre ti mismo”. Fortunato, el antihéroe de su quinta novela y séptimo libro, ‘El asesino inconformista’, asesina a políticos corruptos. La escribió, en parte, entre estas paredes que sangran literatura y en las que hoy charlamos. La narrativa de sus libros se resuelve en una tensión sobre la política, el amor, la educación sentimental y la muerte bajo la bisagra literaria y las asperezas de la narración. Porque, al final, todo se “basa en la memoria” y en “hacer las paces con nosotros mismos”. “¿Tú las has hecho?”, inquiero. Bardem da un sorbo a su café y sonríe. En la ficción de esta entrevista el reloj marca las cinco y media y comenzamos a charlar.

P – En ‘El asesino inconformista’ Fortunato asesina a políticos corruptos. El puente que tiendes con el lector genera empatía hacia el asesino y apatía hacia los asesinados. ¿Es esta una forma de desidia personal y colectiva?
CB – Es la señal de algo muy curioso. Cuándo me preguntan de qué va la novela sorprendemente en el 99% de los casos la gente sonríe. Eso nos tiene que llevar, pasado el chiste inicial, a una reflexión bastante penosa. La mayoría de la gente de este país tiene un hartazgo profundo respecto a la corrupción y los políticos corruptos. Y, siendo más específico, respecto a la impunidad. Yo siempre disculparé la corrupción, es inherente al ser humano. Donde hay capacidad de decisión y poder hay alguien susceptible de ser corrompido. Lo que es muy propio de la sociedad española es la impunidad, eso harta a la gente. Esta novela intenta ser una sátira de esto, un grito de rabia ante la impunidad. Que la gente empatice con el asesino tiene que ver con el arte del novelista para crear un personaje interesante y parte que ver con este hartazgo de la gente con la impunidad de los corruptos.
Yo como novelista me arrojo la prerrogativa de fantasear sobre algo. Pero este «algo» está en los periódicos y en todas partes. En los grandes casos de corrupción de este país van 17 muertos, entre comillas naturales u oportunos suicidios. Evidentemente, sería fácil encajar la figura de un Fortunato que ha encontrado una salida laboral y una función social que le permite vivir muy bien en un mundo dominado por la precariedad. Fortunato no es un justiciero, no lo hace porque piense que mejora nada, lo hace porque encuentra una salida profesional que le permite vivir muy bien y dedicarse a lo que verdaderamente le interesa, amar a Claudita.
P – Una buena historia de amor del siglo XXI.
CB – Pero contada como si fuera del siglo XIX.
P – Sobre la corrupción, esta es un espacio común en la actualidad política y es el motor, entre otros, de la novela. ¿En qué términos entendemos la salud democrática de un país si la corrupción está tan asumida que distorsiona sus máximas?
CB – Yo creo mucho en la física y en la química. La física de fluidos nos explica que la mierda cae siempre hacia abajo. Si la primera magistratura del Estado es un señor que se va al Emirato Árabe porque tiene deudas con Hacienda y sabemos que es inimputable, ¿cómo puedes exigir ejemplaridad? De ahí para abajo lo que estás trasladando es una sensación de impunidad y de corrupción a la que es muy fácil acogerse. Esta es una novela que trata sobre el mal, como lo era ‘Mongo Blanco’. Cuando intentas comprender el mal, ya sea con Pedro Blanco, el negrero, o con Fortunato, asesino de políticos corruptos, en el fondo te deslizas a una zona más inquietante, que es la que describió Hannah Arendt, “la banalidad del mal”. Inherente a la corrupción aceptada y que no penaliza en las urnas está la noción que tiene que ver con la banalidad del mal.
P – Como los funcionarios que describe Arendt, Fortunato mata casi como un acto burocrático. ¿Es el hombre malo por naturaleza?
CB – No creo que sea sostenible la concepción rousseauniana del buen salvaje y del hombre bueno por naturaleza. Alguien decía que todos tenemos dentro un Hitler y un Mozart. Nuestra misión es asfixiar a ese Hitler y nutrir a ese Mozart. Un sistema en el que vivimos que potencia el individualismo, el egoísmo y que exige cierta psicopatía para alcanzar puestos de poder potencia cosas muy negativas. Esta novela también nace de algo que tiene que ver con la pandemia. Yo tenía bocetada esta historia de una manera y de pronto llegó el confinamiento. Tengo 58 años y no soy el tío más listo del mundo, pero tampoco soy gilipollas. Este mantra de que saldremos mejores no me lo creo. Saldrá mejor, como en todas las grandes crisis y momentos dramáticos de la humanidad, el que sea bueno. Pero el que sea un tarado saldrá peor. Esta novela reflexiona sobre una sociedad que a lo largo de décadas, impulsada por el dogma neoliberal, ha ejercido un proceso de transformación de convertirnos de ciudadanos a consumidores. Cuando eres ciudadano formas parte de algo superior a ti, parte de un constructo social en el que tienes derechos y obligaciones. Cuando, como consumidor, tu función social es consumir y mantener este modelo de consumo en marcha, te conviertes en un individualista feroz.
Algo de la pandemia que percibí fue un avance dramático de la psicopatía social. En el caso de Madrid es evidente. Ganó una señora cuya única propaganda electoral era una palabra, “libertad” y un programa que consiste en “hacer lo que queráis que esta es la tierra de la libertad” que culmina con mucha gente en la Puerta del Sol. Eso es psicopatía, primar tu fatiga pandémica y ganas de juerga a la responsabilidad de ser miembro de un cuerpo social en el cual hay mucha gente que está internada en un hospital muriendo. Ahí es donde toma forma Fortunato, ¿quién mejor que un psicópata que encuentra una forma confortable de vivir para explicarnos esta sociedad psicopática? Es un señor que no tiene dificultades para hacer lo que hace.

P – No tiene problemas para hacer lo que hace, pero se justifica ante sí mismo y se repite que él no es malo. ¿Qué mentiras nos contamos a nosotros mismos para sobrevivir?
CB – Me he permitido mostrar a Fortunato niño y joven para entender la educación sentimental del asesino. Fortunato se da sus razones, se desdice y dialoga consigo mismo. Este tema de la novela es cómo construimos la memoria individual y social, y esta es siempre auto justificativa. Los seres humanos somos fascinantemente diversos, pero pasmosamente iguales. Todos tenemos una manera de auto disculparnos y justificarnos. Una de las tareas de cualquier ser humano con el paso de los años es llegar a aceptarse. Esto no se consigue si no se hacen las paces con la memoria y debería ser uno de los objetivos últimos del crecimiento del ser humano. Me interesa a nivel individual, pero también a nivel social. Eso es el revisionismo histórico, buscar explicaciones a grandes catástrofes, hacer las paces con el pasado y cambiar la interpretación de ciertos hechos históricos para que sean más amables con el presente. Es un mecanismo de preservación.
P – ¿Tú has hecho las paces?
CB – Por supuesto. He hecho muchas gilipolleces y ahora soy un tipo que se lleva muy bien consigo mismo. Lo he conseguido a base de aceptar que muchas veces hice cosas que no estaban bien y está bien analizarlas, reconocer las verdaderamente importantes e intentar que no suceda más. Eso es la construcción de la memoria.
En la pandemia percibí un avance dramático de la psicopatía social
P – En el libro explicas que el amor es una vértebra de una espina dorsal, el capitalismo, que acaba por destruir a las parejas nacidas con obsolescencia programada. Fortunato se rebela contra esto. ¿Es posible volver a amar o forma parte de la ficción que nos contamos a nosotros mismos?
CB – Yo que ya tengo una edad, que he podido amar, ser amado y conocer muchas formas de amor me permito de una manera satírica reflexionar sobre esto. El capitalismo y el neoliberalismo son el enemigo del amor. Vivimos en una sociedad basada en el reemplazo y una industria del romanticismo que fomenta el cambio de parejas. Fortunato y Claudita, quizás porque han conocido las otras formas de amores y vienen ya muy baqueteadas de ellas, hacen una profesión del amor del uno hacia el otro. Son dos personas que vienen heridas de distintas biografías, se encuentran y deciden hacer de su amor la causa última de su existencia. Se aplican una cosa en la cual yo sí creo y es que amar de verdad requiere seriedad y aplicación en el asunto. Porque amar a alguien de verdad es disfrutar sus luces, que es lo primero que te va a llamar la atención, pero luego saber convivir con sus sombras.
P – En esta sátira te llevas por delante el individualismo, la mercantilización de la información, el triunfo de la economía y la sociedad del espectáculo. ¿Está máquina nos ha engullido definitivamente como personas o estamos a tiempo de salvarnos?
CB – Yo creo que sí, que debemos pensar que cada vez hay más gente que se está dando cuenta de que este tinglado no es sostenible. La pandemia nos ha dado una gran lección a todos y es que el individualismo no te salva. Si hemos conseguido ser uno de los mejores países del mundo en vacunación y controlar la pandemia se consigue desde la defensa de lo común y de lo público. Creo que hay un cambio de marea a nivel global, estamos volviendo a un keynesianismo y a una puesta en valor de lo común de nuevo. Hay dinámicas que nos van a empujar a cambiar este modelo y en esto sí que soy optimista. Replantearse este modelo social y económico que no es sostenible para el planeta. Ya no es solo una cuestión de voluntarismo, si no de necesidad. Cuando no hay elección los cambios se implementan mucho más rápidos.
Escribo porque necesito entender e interrogarme sobre cosas, no pretendo explicarlas
P – Entre esta realidad, como son la pandemia y la corrupción por un lado, y la ficción, con Fortunato, por otro, ¿qué pacto se tiende, si existe, entre la ficción y la realidad?
CB – Hay una frase que vengo repitiendo y creo que es mía (ríe) … Cuando la realidad te la cuentan ficcionada es obligación del escritor de ficción contar la realidad. Por eso en esta novela cualquier parecido con la realidad es un parecido nada casual. Dicho esto, no hay nombres y no hay siglas, porque tal y como está la judicatura en este país no seré yo quien lo ponga fácil.
P – Me recuerda al comienzo de Calle Mayor… Hablando de ficción, ¿qué estás leyendo ahora, Carlos?
CB – (Señala un montón de seis libros encima de la mesa). Estoy sobrepasado. ‘Mi América’, Martín Caparrós. ‘Anatomía del fascismo’, Robert O. Paxton, imprescindible. ‘Los diarios de Chirbes’, me los compré hace dos días empujado por las definiciones que da de algunos literatos consagrados de nuestro país. ¡Y bueno! Disfrutando mucho de ‘¡Me cago en Godard!’ y ‘En la corte de Felipe’, de Pedro Vallín.
P – Con tanto libros y trabajo, ¿cuándo escribes?
CB – A golpes. Me cuesta decirme escritor profesional en el sentido de que no tengo un rincón o un horario para escribir. Yo pago el alquiler y las facturas con mi trabajo de actor, con lo cual escribo con los ratos que me deja libre en aviones, hoteles, caravanas en rodajes…. Donde me pilla. A veces escribo mucho y de golpe me paro, lo que me obliga a releerme. Con esto te das cuenta de que lo que escribiste hace un mes no tiene nada que ver con la persona que eres ahora. Pero cuando algo te apasiona de verdad encuentras el momento de hacerlo. La fascinación por escribir, en mi caso, es para ordenar pensamientos. Escribo porque necesito entender e interrogarme sobre cosas, no pretendo explicarlas. Es una manera de que la vida no sea un cuento de ruido y furia contada por un loco, es una forma de darle sentido a todo.
P – ¿La poesía?
CB – Sí, pero soy un pésimo poeta y eso sí que nunca lo llegaré a publicar.
P – Muchas gracias, Carlos.
CB – A ti, Patricia.
