Luna Miguel: «Fui considerada una escritora menor por hablar de sexo y mujeres»

Patricia Fernández  
12 de diciembre de 2021 - Madrid

Las letras son una suerte de cordón umbilical para la poeta, ensayista y novelista madrileña Luna Miguel (Alcalá de Henares, Madrid. 1990). Su ADN se materializa en las lecturas y mujeres que la han acompañado durante su vida. Desde las primeras historias que su madre le leía hasta la realidad literaria de su día a día. Todas le han “enseñado a mirar”. Con Ulises, como ficción y nombre de su hijo, Luna Miguel está en la constante búsqueda de Ítaca. Ese territorio donde el amor, el dolor, la sangre y el sexo convergen con la forma de la palabra a través de la poesía y el ensayo. 

Es la hora del café en Lavapiés (Madrid). Miguel lleva un carmín que atestigua su sonrisa y sostiene la seriedad. En sus brazos las sirenas tatuadas parecieran ahogarse a través de su camiseta negra. Mientras, los pájaros meditan atrapados en un embudo atemporal donde siempre emprenden el vuelo. Miguel acaba de publicar su séptimo poemario, ‘Poesía Masculina‘, y durante este mes de diciembre representa ‘Ternura y derrota’ en el Teatro de la Comedia de Madrid. Por esta razón reside estas semanas en la capital, aunque está afincada en Barcelona. “Me he cogido vacaciones de mi trabajo para hacer esta obra, imagínate”, explica. Su trabajo es el de editora, pero su oficio son las letras. Cuando enciendo la grabadora el camarero irrumpe, “¿café?”. “Este momento está siempre en las entrevistas”. “Y es el mejor”, bromea Miguel. De fondo la voz de Nina Simone acompaña a la de la poeta y la entrevista comienza. 

Luna Miguel durante la entrevista / © Gema Sanz

P – Un aspecto muy presente en tu biografía es la narración de historias. Tus padres te las contaban de pequeña, tus primeros escritos públicos son de adolescente, Ulises, el nombre de tu hijo… ¿Cuál es la línea que se traza entre la realidad y las quimeras, la fantasía? Especialmente en estos primeros años de la infancia. 

LM – Si te soy sincera no sé cómo se separa la ficción de la realidad durante la infancia, porque tampoco sé hacerlo de adulta. Lo que aprecio de cómo me criaron mis padres al enseñarme a leer fue el cómo darle importancia a la ficción y cómo cuentan los otros la realidad, su realidad. Esto me ayudó a introducirme de lleno en el mundo de la literatura. Es algo que siempre apreciaré, ya que me ayudó a encontrar refugio en las historias de otros. Cuanto más historias conoces menos te duelen ciertas cosas que ya has podido ver cómo las sufren otros personajes. Y cuando encuentras algo bello creas esa conexión con otras historias bellas que has leído y te iluminan. Las historias que aprendí de niña me han enseñado a mirar. 

P – En ‘La Tumba del Marinero’ hay un poema en el que dices que ya nadie te lee cuentos. En ‘El arrecife de las sirenas’ hablas de los que te contaba tu madre. ¿Qué nos sucede cuando pasa todo lo contrario? Crecemos y perdemos ese refugio de las historias que nos dejan de contar.

LM – Depende. Yo busco relaciones personales, tanto amistosas como románticas, donde la historia también tenga importancia. Siempre digo que una de las grandes cosas de ser lectora es serlo en compañía. Parte de las conversaciones que mantengo tienen que ver con las historias que estamos viviendo. Eso de “ya nadie me cuenta cuentos”, visto con el tiempo, es una suerte de exageración de alguien que sabe que se va a quedar huérfana de madre. Crees que nadie te va a contar cuentos hasta que ves que la literatura y su ficción siguen presentes en otras personas. No tienes por qué focalizarse solo en la figura materna. Por suerte o por desgracia todos mis amigos son escritores y es inevitable hablar de lo que leemos. Gracias a mis amigas me siento menos huérfana. 

Si no hubiese leído tantos libros feministas no habría conseguido ponerme en la piel de un hombre

P – Tus libros son coordenadas vitales. La enfermedad, la maternidad, la familia, tu infancia y ahora la de Ulises y el amor en sus distintos formatos. ¿Son tus vivencias una especie de timón dentro de tu producción literaria? 

LM – Sí, un mapa también. Como lectora siempre me ha interesado la autoficción, la literatura del “yo”, la poesía intimista y la confesional. Es lo que he ido recorriendo como autora. Trabajar desde la biografía y crear mi propio relato. Toda mi obra tiene componentes autobiográficos, incluso en la ficción hay componentes y coordenadas muy claras que se pueden seguir. Siempre dejo pistas. Me hace ilusión que con los años la gente lo va entendiendo y va uniendo los puntos. 

P – Y, sin embargo, en ‘Poesía Masculina’ el “yo” se transforma en la figura de un hombre.

LM – Probablemente si no hubiese leído tantos libros feministas no habría conseguido ponerme en la piel de un hombre, aunque parezca contradictorio. En parte porque una de las cosas que a mí el feminismo contemporáneo me ha enseñado es la empatía con el otro. Empatizar es entender su voz, en este caso casi la del enemigo. Ese hombre mentiroso y manipulador. Intento hacer todo eso que ellos no hacen, empatizar con los vulnerables que les rodean. Lo hago desde mi vulnerabilidad. Me pareció un ejercicio interesante. Aprendí más cosas sobre mi activismo feminista poniéndome en la voz de un hombre que en otros procesos anteriores. Fue fundamental la idea de empatizar con la persona que se supone que te está haciendo daño. 

P – Un elemento clave de esta empatía en tu literatura es el dolor. En ‘La herida del dolor’ dices: “Cuánto más colma la herida, más deseo el dolor». Atragantarte y sanar. ¿Es la poesía una prolongación de las heridas que tenemos o es una forma de resarcirnos de las mismas?

LM  – Puede ser las dos a la vez. Prolongar algo para hacerlo visible, ponerle nombre, saber situarlo y poder sanarlo después. No podemos poner remedio a cosas que no sabemos cómo funcionan. En eso hay algo de tortura y de autosabotaje. A veces, cuando nos autosaboteamos es también porque queremos conocer nuestros límites. De eso va en parte ‘Ternura y derrota’. Cuando te cercan y te oprimen es cuando conoces tus límites reales, puedes tomar decisiones y combatir opresiones. La poesía que más me interesa, la confesional y visceral, juega con esos elementos. 

P – ¿Te auto-saboteas?

LM  – Sí, como buen escorpio (ríe). 

P – ¿Has conseguido descifrar por qué la sangre duele fuera del cuerpo?

LM – Porque la vemos. No es solo que la herida se haya producido y por eso duele. Lo que duele es ver la sangre y saber que está ahí, ya que es algo que normalmente no vemos. Cuando la vemos es que algo va mal. Aunque nosotras estamos muy acostumbradas a ver nuestra propia sangre no deja de ser un proceso doloroso. Pero el hecho de verla, el color, nos hace pensar en dónde está la herida. A veces no hemos visto la herida pero hemos visto la sangre, entonces nos duele más el pensamiento que el cuerpo. 

P – La sangre, el cuerpo, el dolor y el sexo. Eres muy explícita en tiempos  de lo políticamente correcto. ¿De qué manera la poesía es una forma de provocación? 

LM – La literatura siempre tiene algo de provocación. Sobre todo en los tiempos que corren donde todo va tan rápido que el hecho de sentarse frente a un documento en blanco y ponerse a reflexionar es un acto de provocar al mundo. Me paro aquí a pensar, crear e imaginar mientras se supone que debería estar viendo Netflix o Twitter. El hecho de escribir en el siglo XXI tiene algo de transgresor. Los límites de la escritura están para jugar con ellos. Si no chocamos con ellos, si no vamos a la línea, ¿cómo sabemos que lo que hay más allá duele o está mal? Tocar los límites con la escritura siempre es interesante. Siendo responsable, es decir, no soporto a personas cobardes que quieren que se separe persona y obra. Hay mucha cobardía en separarte de tu obra si eres tú quien la ha creado.  Durante mucho tiempo me ha pasado mucha factura hablar del sexo y el cuerpo, de cosas “guarras”. Ahora, después de diez años, se me empieza a reconocer como una voz autorizada en un tema que todavía sigue siendo tabú en muchos ámbitos. Pero, durante mucho tiempo, se me ha considerado como una “escritora menor» porque hablaba de sexo y de mujeres. ¿Cambiará esto algún día?

Hay mucha cobardía en separarte de tu obra si eres tú quien la ha creado

P – Obra y autora. Dices de no separarlas. En el caso de Woody Allen, ¿vemos sus películas? ¿Leemos a Octavio Paz, a Neruda, a Van Gogh?

LM – Tenemos, si queremos. Yo me dejo llevar por una frase de Cristina Morales, a las mujeres siempre nos han prohibido leer, escribir y mirar más allá. ¿Por qué nos lo vamos a prohibir nosotras? Siempre hay algo prohibitivo, el “no vamos a leer esto” por una cancelación. Pero, al mismo tiempo, ¿nos vamos a prohibir aprender todas las cosas buenas que esa persona de mierda ha hecho? Habrá personas en las que su figura y vida tengan más peso que su obra. Leo a Octavio Paz para aprender de él, pero eso no me va a quitar de decir que es un abusador, una persona repugnante. No es incompatible aprender de las personas repugnantes. Lo complicado es endiosar a personas que han hecho esas cosas. El problema es la gente que niega esa realidad y esa repugnancia.

P – Acerca de lo que has comentado de ser considerada como “escritora menor” por hablar sobre temas de los que también hablan autores masculinos. Bukowski, entre otros rasgos, era muy explícito. Con la salvedad de que a ellos no se les castiga. ¿Por qué estás condenada a ser una escritora menor?

LM – Tiene que ver con, por ejemplo, los autores y autoras de La Generación Beat. Ellos eran locos, drogadictos y experimentales. Mientras ellas eran unas putas locas a las que había que encerrar en su casa. Cualquier cosa siempre tiene un peso negativo en cómo vemos a las  autoras. La negatividad que vemos en ellas, en ellos es genialidad. Si un autor habla de sexo es transgresor y si una mujer habla de sexo es poesía menor. Es el peso de nuestra mirada torcida sobre las cosas. La gente que dice que no se fija en si lee a hombre o a mujer es precisamente aquella que solo lee a hombres. Lo hacen porque piensan que es ahí dónde está la literatura y no en lo demás. Cuando lo demás es la mitad de la población. 

La juventud es un valor muy breve que puede condenarte

P – ¿Sigue existiendo la literatura de mujeres?

LM – En las etiquetas y en las librerías sí, pese a lo que se lleva luchando contra eso mucho tiempo. ‘Una habitación propia’ tiene ya 90 años. Es decir, recorrido suficiente para habernos hecho pensar en las etiquetas. 

P – En ‘El coloquio de las perras’ traes de vuelta a escritoras hispanoamericanas como Pizarnik, Mistral o Garro. En ocasiones escritoras que no es que hayan sido olvidadas, es que nadie se ha parado a recordarlas. ¿Cómo amoldamos la memoria para traer de vuelta a las que de momento, hoy en día, no están ni incluidas en el currículum escolar? 

LM – Haciendo el esfuerzo doble y triple para poder traer esos nombres. En el momento en el que una esté dando una conferencia hay que mencionar sus nombres. Cuando hago sesiones de preguntas y respuestas en Instagram, por ejemplo, y me piden un autor mexicano, yo recomiendo autoras mexicanas. Es hacer activismo diario básico y mínimo. Desde el periodismo, que nos encantan las efemérides, incluir nombres femeninos y crear contenidos sobre esas autoras. Me resultó tremendo que cuando murió Diane di Prima tardaron casi dos días en salir las primeras noticias sobre su muerte. No nos importan ni vivas ni muertas.

P – Una de las preguntas recurrentes que te hacen es sobre tu juventud, como un rasgo idiosincrásico, pero pasajero. ¿Existe la culpa por dejar de ser joven?

LM – La juventud es un valor muy breve que puede condenarte. Cuando eres joven luchas constantemente para que te consideren apta para hablar de los temas de los que hablas. Cuando somos jóvenes parece que somos tontas y cuando somos viejas somos menos deseables, física e intelectualmente. Es lo mismo de antes, no importamos ni vivas ni muertas, ni jóvenes ni viejas. Yo creo que debemos ser consecuentes, honestas y ayudarnos entre nosotras. Sé que es injusto tener que hacer ese doble trabajo, porque recae sobre nuestros hombros muchísimo peso, pero ese esfuerzo ayudará en el futuro. Estoy convencida de que ahora he podido vivir mi juventud y mi paso a la treintena de una manera mucho más fácil porque ha habido generaciones de escritoras que antes que yo, como Miriam Reyes, Yolanda Castaño… Cuyo trabajo, exposición y sufrimiento nos ha dejado un espacio mucho más fácil. A mí me gustaría pensar que todo lo que he hecho yo también está ayudando a otras autoras más jóvenes.

P – En este camino que has recorrido, uno de los temas que se ha ido transformando en tu literatura ha sido el amor. ¿Qué es amar?

LM – Cada día pienso una cosa… 

P – ¿Qué es hoy amar?

LM – Hoy es lo más parecido a la capacidad de cuidarse mutuamente. Más allá del flechazo, del deseo y de la excitación el amor que perdura es el que se cuida. Es la capacidad de cuidarnos entre nosotras. 

P – Deconstruyen el amor romántico y te metes en otras clases de amores. ¿Se vive más libre o son las viejas costuras en nuevos vestidos? 

LM – Hay que tener mucho cuidado con estas formas nuevas de relacionarse, porque puedes repetir los mismos errores. Si eres un cabrón machista en una relación monógama lo puedes seguir siendo en una relación abierta. Lo que me ha enseñado la reflexión sobre este tipo de relaciones no es que una sea mejor que otra, si no cómo trabajamos esas relaciones. Desde qué honestidad y capacidad de enfrentarse a las cosas. Desde dónde vamos a mirar esos amores. Que se llame “poliamor” no quiere decir que sea una respuesta a nada o una solución. Esa palabra es una herramienta que me ha ayudado para saber lo que no quiero. Llegar a ese límite, a ese cerco y ver otras posibilidades que pueden funcionar o no. No hay fórmula, depende de las personas. Ser feliz es muy difícil, y si es con una persona o varias, más todavía. Pero también tienes más gente con la que hablar. 

P – En uno de tus últimos recitales en México dices que no le preguntemos a una poeta qué es el amor. Si no lo sabe la poetisa, ¿quién tiene la respuesta? 

LM – A las poetas no nos preguntéis porque se nos va la olla (ríe). Es un juego de decir: “No me preguntéis tanto por estos temas  porque le voy a dar tantas vueltas que no voy a encontrar nunca una respuesta al gusto ni de quien me lo pregunte ni de mí misma”. Pero, ¿por qué escribo desde los 12 años y me empeño en seguir haciéndolo cuando no es mi trabajo real que de momento no me da de comer? Supongo que porque sigo haciéndome preguntas que sigo queriendo responder. Por eso cuando me pides que escriba qué es el amor no puedo hacerlo, porque llevo intentando responder esa pregunta desde que existo. 

P – Para terminar, vuelvo al inicio. En uno de tus últimos tuits dices que aprender a escribir es aprender a mentir, junto con un dibujo de Ulises. ¿No es, también, el momento de mayor honestidad? 

LM – La ficción es mentir, es contar cosas que no existen y modificarlas. La ficción es la mentira por excelencia. Pero incluso la mentira puede contar las mayores verdades. Por ejemplo, a través de la ficción del Quijote podemos ver la realidad de la España de la época, de la demencia… O a través de Lolita la pedofilia. Al final las ficciones construyen espejos deformados de la realidad.

P – ¿Y si lo que escribes es poesía basada en las coordenadas vitales?

LM – Está basada en mi vivencia y mi visión de las cosas. Todo tiene un poco de mentira, pero toda mentira tiene algo de verdad. Es inevitable que se alimenten las unas de las otras. 

P – ¿Qué estás leyendo ahora? 

LM – Hermione de Hilda Doolittle porque creo que será la lectura del club de lectura que llevo. Ya lo había leído hace años en francés. 

P – ¿Hablas francés?

LM – Sí, inglés con un vino y catalán. Porque cuando se puso la moda de los institutos bilingües el mío era francés y luego estuve un año viviendo en Niza para estudiar.

P – Muchas gracias, Luna. 

LM – A ti.

Publicado por Patricia Fernandez

Periodista, escritora y conferenciante. Fundadora de la ONG Avanza sin miedo.

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